A fines del año pasado, los vuelos eran desviados de Delhi, miles de escuelas fueron cerradas y se recomendó a los habitantes de la capital india que se quedaran en casa o usaran mascarillas para salir.
Cualquiera puede suponer que estas precauciones estuvieron relacionadas con algún tipo de brote viral. Sin embargo, fueron una respuesta a un aumento en la contaminación del aire que puso en peligro a los residentes y disminuyó la visibilidad de manera tan dramática que representó una amenaza para la aviación.
Hoy, India se está preparando para una nueva oleada de aire tóxico. En otoño, los agricultores de la región norte del país quemarán sus campos para abrir paso a nuevos cultivos. Durante esta época, la contaminación del aire en Delhi puede llegar a ser 14 veces superior al nivel que la Organización Mundial de la Salud considera seguro, y gran parte del país se ve envuelto por una neblina tan espesa que es visible desde el espacio.
El caso de India es significativo, pero no es el único. En todo el mundo, grandes áreas de tierra agrícola se incendian cada año, con un consecuente aumento en la contaminación del aire, un problema que está matando a millones de personas.
“Mejorar la calidad del aire que respiramos es absolutamente necesario para nuestra salud y bienestar. También es clave para la seguridad alimentaria, la acción climática, la producción y el consumo responsables, y para lograr la igualdad social. De hecho, no podemos hablar de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible a menos que nos tomemos en serio la calidad del aire", dice Helena Molin Valdés, directora de la Coalición Clima y Aire Limpio, que es liderada por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
El peligro del carbono negro
Muchos agricultores consideran que la quema agrícola es la forma más eficaz y rentable de limpiar la tierra, fertilizarla y prepararla para una nueva plantación. Sin embargo, estas quemas y los incendios forestales que se propagan a partir de éstas son la mayor fuente de carbono negro del mundo, una amenaza tanto para la salud humana y ambiental.
El carbono negro es un componente de las partículas finas PM2.5, un contaminante microscópico que penetra profundamente los pulmones y el torrente sanguíneo. Las PM2.5 aumentan el riesgo de morir por enfermedades cardíacas y pulmonares, derrames cerebrales y algunos cánceres, males que provocan aproximadamente 7 millones de muertes prematuras cada año.
En los niños, el material particulado fino también puede causar problemas psicológicos y de comportamiento. En las personas mayores, se asocia con las enfermedades de Alzheimer y Parkinson y la demencia. Debido a que la contaminación del aire compromete la salud respiratoria, también puede aumentar la vulnerabilidad a la COVID-19.
El carbono negro también es un contaminante climático de vida corta, lo que significa que, aunque persiste en la atmósfera sólo durante unos días o semanas, su poder de acelerar el calentamiento global es de 460 a 1.500 veces más fuerte que el del dióxido de carbono.
Estas quemas y los incendios forestales que se propagan a partir de éstas son la mayor fuente de carbono negro del mundo, una amenaza tanto para la salud humana y ambiental.
Mejores alternativas
Irónicamente, lejos de estimular el crecimiento, la quema agrícola en realidad reduce la retención de agua y la fertilidad del suelo entre 25% y 30% y, por lo tanto, requiere que los agricultores inviertan en soluciones costosas para compensar el daño. El carbono negro también puede modificar los patrones de lluvia, especialmente el monzón asiático, lo que interrumpe los eventos climáticos necesarios para apoyar la agricultura.
“Las tierras quemadas en realidad tienen menor fertilidad y mayores tasas de erosión, lo que requiere que los agricultores apliquen fertilizantes en exceso”, dice Pam Pearson, directora de la Iniciativa Internacional para el Clima de la Criosfera, que ha trabajado con agricultores a nivel mundial para promover los cultivos libres de incendios.
“Las alternativas de no quemar, como incorporar el rastrojo en los campos o incluso plantar directamente a través del rastrojo, casi siempre le ahorran dinero al agricultor”, añade.
Pearson señala que cambiar el hábito arraigado de quemar desechos agrícolas requerirá educación, sensibilización y desarrollo de capacidades entre los agricultores. Es una labor extensa, pero sus impactos serían considerables y de gran alcance. Reducir la contaminación del aire de las granjas en el norte de la India, por ejemplo, podría prevenir el aumento de las inundaciones y las sequías causadas por el hollín (carbono negro) que acelera el derretimiento del hielo y los glaciares del Himalaya, un efecto que cambia la vida de miles de millones de personas que dependen de los ríos alimentados por esas montañas.
Un esfuerzo mundial
La Coalición Clima y Aire Limpio trabaja con países y redes regionales para promover alternativas a la quema de campos agrícolas. En India, por ejemplo, proporciona a los agricultores información y asistencia para acceder a alternativas a las quemas, utilizando satélites para monitorear los incendios y rastrear su impacto, apoyando intervenciones políticas, subsidiando a los agricultores y, en última instancia, convirtiendo los desechos agrícolas en un recurso.
Los esfuerzos de los países para reducir la contaminación atmosférica son parte de un impulso global. Este año, el 7 de septiembre, por primera vez, el mundo se unirá para celebrar el Día Internacional del Aire Limpio por un cielo azul, designado por la Asamblea General de la ONU para reconocer que la calidad del aire es una prioridad global.
El día es un llamado a trabajar unidos para cambiar la forma en que vivimos con el objetivo de reducir la contaminación del aire, hasta que todas las personas, en todas partes del mundo, respiren aire limpio.